Tous les chemins mènent à Rome
Y pensé en algún momento -¿Quién me mandaría comprar una bici? Si con lo que me he gastado en el dichoso velocípedo haría correr el ron por mis venas durantes dos semanas en uno de esos hoteles preparados para cualquier invasión turista, allá, por la zona caribeña.
He de decir que cada vez se ve más gente viajando en bicicleta. Recuerdo cuando en clase nos enseñaron la regla de tres. Bajo mi punto de vista ésta es una de las pocas cosas útiles de las matemáticas que soy capaz de aplicar en mi día a día. Juro haber intentado sacarle jugo a las integrales después de tantos años de carrera, pero nada, lo máximo a lo que aspiro es a intentar acercarme todo lo posible al total de la compra del super antes de pagarla.
Sin desviarme demasiado del tema y volviendo a la regla de tres, me gustaría esbozaros mis últimas conclusiones:
El humano, por defecto, tiende a adoptar una actitud egocéntrica especialmente con aquellos otros humanos que no conoce. Tendemos, entre otras cosas, a juzgar sin conocer, a hablar sin escuchar, a actuar sin pensar y en el caso de los hombres, también, a mantener sexo bajo cualquier circustancia pero ahora esto no es relevante. Suponiendo que todo el mundo ha entendido las reglas de tres como directamente proporcionales, llegamos a la conclusión de que, al menos en España, el respeto al prógimo varía en función del entorno, de una pirámide estratificada que clasifica a la gente en niveles de respeto en consonancia al afecto que se tenga. Más abajo en la pirámide, mayor es el porcentaje de gente conocida en nuestro entorno, lo que minimiza la distancia de seguridad en la mayoría de las ocasiones. A más entornos sociales mayor probabilidad de no se respete un carajo, al fin y al cabo, ¿Cuál es la probabilidad de que te adelante tu padre o un compañero de trabajo en, pongamos por ejemplo, 10 salidas?
Todos queremos nuestra copa de vino acompañada de una tapita de queso lo antes posible, pero hasta que no trabajamos como camareros no somos conscientes de que hay más gente que piensa igual que nosotros, culpando a dicho camarero por su deficiente servicio. A todos nos gusta lo bueno y barato pero tampoco nos damos cuenta del trabajo que conlleva crear un vídeo, una fotografía, una pintura o escultura. Detrás de todo ello hay muchas horas de trabajo y muchos gastos generados pero la gente solo valora de acuerdo a sus conocimientos y como ya es de saber que en este país, como en muchos otros, hasta que no se tiene un familiar artista no se sabe lo que cuesta hacer las cosas pues se tiende a juzgar e infravalorar lo de los demás con una facilidad pasmosa.
Lo mismo pasa con el ciclismo. Ya son muchos los años concienciando al conductor de mantener la distancia de seguridad. Yo no estaría aquí escribiéndo si aquel conductor que, desde Aix-en-Provence camino a Antibes adelantándonos a cien kilómetros por hora pasando a escasos diez centímetros de nuestras bicicletas, hubiera mirado la pantalla de su teléfono un solo segundo, hubiera mirado por el retrovisor o hubiera simplemente bostezado.
Pensar que en un abrir y cerrar de ojos de una vida que ni siquiera es la tuya y de la que no tienes control alguno se pueda arruinar una existencia privándola de volver a montar en bicicleta en el mejor de los casos, o inclusive, de no volver a vivir la única vida que tenemos, es fráncamente triste. Es triste porque por naturaleza nacemos así y la sociedad no ayuda demasiado pero es más triste aún, que teniéndo la opción de trabajar el respeto, no se inculque desde temprana edad.
Estas son reflexiones que vienen a la cabeza después de dos mil kilómetros sobre una bicicleta. No todo es bonito en un viaje y cada vez acostumbramos más a buscar lo ideal, lo que la gente quiere ver y lo que en muchas ocasiones, no es 100% real. Ya que la realidad objetiva como tal no existe, yo os daré una de cal y otra de arena y como soy un tipo de playa, me quedo con la de arena, que es mi realidad, la positiva, la que toda esta gente nos ha brindado en el viaje, la de verdad.