Une crise sociale (Coronavirus – Covid19)

Llegó el día. El día que nunca quisimos que llegara y que, de la noche a la mañana ha hecho replantearnos nuestras vidas, hábitos y responsabilidades porque, como seres humanos, tenemos una serie de normas que acatar ¿verdad?
Antiguamente se rezaba o bailaba a los Dioses para pedir días de lluvia y salvar las cosechas, para pedir fortuna en un día de caza y hacer así que las familias pudieran comer o en resumidas cuentas, sobrevivir, evolucionar. Sin ir más lejos y siguiendo la tradición en México, cada 1º y 2º de Noviembre se componen altares y caminos de pétalos pidiendo que los difuntos vuelvan al mundo físico pero, ¿y a quién pedimos permiso cuando decidimos si un feto debe vivir o morir? ¿Y cuándo estamos inyectando diferentes bacterias a ratones de laboratorio? Porque ya no son ratones, son ratones de laboratorio. ¿Por qué un paciente en el hospital, infectado con Covid-19 tiene prioridad a la hora de ser atendido frente a uno enfermo de cáncer? ¿Quién crea estos comités y bajo qué criterios se decide sobre las vidas de los demás?
Hemos llegado a un punto en la historia en el que el ser humano, en busca de la divinidad absoluta y sin cuestionarse el impacto de sus decisiones, no hace más que pensar en su propio interés sin respetar el equilibrio del planeta en el que vive, y por tanto, no justifica de manera humana la mayoría de sus acciones.

 

Hace un tiempo me contaba Laura, una amiga que vive en los Dolomites austriacos, que Hans, uno de sus tres hijos, le preguntó si aquella antigua chimenea de ladrillo en la periferia del pueblo fabricaba nubes. ¿Cómo se le explica a un niño, que no puede salir a la calle por semanas, inclusive meses? ¿Se le cuenta la historia de que un bicho malo procedente de un animal entra en el cuerpo de las personas y las hace enfermar mientras las fábricas producen nubes? ¿O tal vez que el mundo industrializado y cada vez más capitalista en el que vivimos gracias a muchas fábricas que producen nubes, ha engendrado un bicho que ataca a las sociedades de los diferentes países y por lo tanto a sus economías? Porque tratamos y hablamos a los niños como si fueran tontos pero nada más lejos de la realidad.
De cualquiera de las maneras, los gobiernos están poniendo a prueba lo que este histórico punto de inflexión ha provocado: La capacidad extrema de control sobre la población y esto, señores, lo están viviendo las generaciones venideras también.

 

A día 24 de Marzo de 2020 y transcurridos diez días del estado de alarma en el país, uno se plantea muchas cosas, al menos yo. Enfermo a causa del bombardeo continuo de noticias falsas, histeria, pánico innecesario y medidas extremadamente dictatoriales, pienso que todo esto ya no sólo se podía haber evitado, si no que podíamos haber salido más fuertes si cabe. Lamentablemente no será así ya que la economía en unos meses, como ya pasó en el 2008, se verá gravemente resentida. ¿Y qué pasará con nosotros en unos meses? ¿Recapacitaremos sobre lo que estamos viviendo o seguiremos haciendo lo que nos venga en gana como hemos estado haciendo hasta que llegue una nueva oleada de muertos a causa de un virus o un meteorito?

 

Me pregunto si la gente se cuestiona todo lo que yo me cuestiono, ya no por nosotros si no por Hans, tus hijos, sobrinos, los hijos de tus hijos y las generaciones futuras. ¿Es que queremos un planeta como el que representaban Ridley Scott o George Miller en sus películas?

 

Dejemos un legado y muramos como seres humanos, resignémonos a morir como alguien que vivió en este planeta y no hizo nada por cambiar, por mejorar, por evolucionar porque si el #quédatencasa o #stayhome funcionan en tiempos de crisis sociales, ¿Por qué no iba a hacerlo #yovoyacambiar?

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

2

Les enfants


Hace unos meses me contaba Laura, una amiga de Austria, que Hans, uno de sus tres hijos, le preguntó si aquella antigua chimenea de ladrillo que aún estaba en funcionamiento fabricaba nubes. ¿Cómo reaccionarías cuando un niño te pregunta eso? Muchos padres simplemente sonreirían pensando en lo gracioso que es su niño, otros explicarían la verdadera naturaleza de las nubes y unos pocos inventarían una historia a raíz de la pregunta. Pero hay un más allá, un más allá que imaginamos nosotros y creamos mientras crecemos; debido al entorno o muchos factores que nos rodean durante toda nuestra vida.


Karl, su hermano de 7 años de edad, es ya un muchacho deportista. Le gusta leer e interesarse aún más por el entorno. Empezó hace poco más de un año con las clases de natación y a día de hoy, ha ganado ya algunas competiciones locales a nivel amateur. Es extremadamente competitivo, haga lo que haga ha de ganar y si no lo hace, le cuesta asimilar la derrota.


En el mes de Marzo él cumplía años y casualmente yo estaba en Austria por lo que se me ocurrió regalarle un pequeño detalle. Como muchos sabéis, no regalo cosas físicas y por consiguiente no recibo, por lo que mi planteamiento acorde a un consumo sostenible va cobrando sentido.


Como cualquier otro compañero suyo de la piscina, Karl tenía un gorro al uso. Un gorro que puedes comprar en cualquier tienda de deportes. Aún sabiendo que ya tenía uno, quise regalarle uno que fuera especial no por el mero hecho de ser un gorro ilustrado y ser diferente a todos los que llevaban sus compañeros de piscina, sino por la historia que había más allá, porque a un niño puedes hacerle el más fuerte del mundo si piensa que puede llegar a serlo.


El día que le regalé el gorro se me ocurrió una historia. Una historia que le haría pensar en nadar más rápido. La historia la grabé en vídeo porque sabía que recibir un gorro de piscina como regalo no le haría especial ilusión. Pero hace un par de meses me llamó su madre diciendo que el gorro se había roto. Y con él, todas las esperanzas de ganar una competición, porque ése pudo haber sido, en algún momento, en otra vida, el mismo gorro que utilizaba Michael Phelps con 7 años para entrenar. No pudo contener las lágrimas aún sabiendo que era un simple gorro, pero para él ya no era tan simple, era “El gorro”.


A día de hoy me doy cuenta de algunos factores que hicieron que me convirtiera en quien soy, algunos factores que hicieran que haga lo que hago a día de hoy.
Detrás de cualquier regalo existe una historia, la que nosotros queramos que exista. Por eso hay que ver un poco más allá, más allá del mundo real para poder hacer que los niños desarrollen su imaginación, sus ganas de de crear historias nuevas. A más historias nuevas, más amplia será la visión que tengan del mundo y esto hace, amigos, que un niño desarrolle una serie de valores que tarde o temprano, terminan por aflorar.


Como bien ilustraba Keith Haring allá por los años 80, el bebé es el ser más puro, positivo y esperanzador para el futuro de la humanidad. Creo en la sostenibilidad a nivel de consumo, y creo en la sostenibilidad en términos de educación.


Descripción del vídeo:
1. Karl recibe una carta de Michael Phelps diciendo que le esperaba un paquete en uno de los coches antiguos guardados en un viejo establo.
2. Hay leña en el paquete y una nota que dice que para seguir con la siguiente pista, ha de ir a la cocina y alimentar el horno para mantener caliente a la familia.
3. Una vez alimentado el horno, ha de ir a casa de Mikel donde encontrará una caja con “zapatillas de Phelps” para colocárselas e ir corriendo a la siguiente pista, en la cama elástica.
4. En la cama elástica encuentra un par de botas de su talla y otra nota donde le dice que tiene que buscar en el parque de arena para encontrar la siguiente pista.
5. Una vez encontradas las gafas de piscina, ha de ponérselas y con ellas ir en busca de la siguiente y última pista, que está en el buzón.
6. Con la última pista, ha de entrar en casa y abrir el regalo delante de todos.

 


 

 

2

Chaos

Ayer fue un día complidado. Hoy es un día aún más complicado. Francamente, cada vez me identifico menos con la sociedad común, aquellos quienes ven normal tirar una colilla al suelo, aquellos que infravaloran a las mujeres por el mero hecho de pensar que son capaces de menos, aquellos que defienden una nación sin saber siquiera de qué iba la Guerra Civil, aquellos que no prueban otra cosa que no sean los canelones rellenos de carne a los que hacía referencia en una entrada anterior, aquellos quienes juzgan sin saber, aquellos que maltratan cualquier ser vivo sobre la faz de la tierra creyéndose con la potestad para ello, aquellos que imponen unas reglas del juego dictadas por el dinero y aquellos que susurran al móvil en lugar de a las personas, entre muchos otros.


Millones gastados por un país para apalear a la sociedad catalana. Y yo me pregunto: ¿Cuál es el fin de gastarse semejante cantidad de nuestro dinero cuando no había legitimidad alguna en el Referendum? Es como si a un niño al que le das un spray de pintura le dices que tiene prohibido pintar pero sin embargo agita el bote con intención de hacerlo. ¿Le das dos hostias nada más quitar el tapón?


Llego a casa y me encuentro con que en Las Vegas se han empezado a liar a tiros y leo algo así como “Más de 58 muertos y 500 heridos hasta el momento”. Yo en este punto ya no sé qué pensar. Me gusta argumentar en todo momento y razonar, sacar conclusiones y acertar o equivocarme, pero razonar. ¿Cuándo hemos perdido la capacidad de contar hasta diez y pensar las cosas?


Las conversaciones cotidianas terminan siendo absolutamente triviales, el dinero se convierte en el compañero de vida inseparable y los valores más primitivos e intrínsecos que existen como el respeto, la educación y la tolerancia se van sumergiendo en un mar de caos sucumbiendo al ego, la soberbia y la imagen proyectada.


Echo la mirada atrás y cuando me giro, sigo viendo banderas confederadas. Veo lujuria en los ojos de quienes copulan con el demonio, fantasmas en los montes de piedad. Lo real y lo falso se fusionan para llegar a lo que hoy conocemos como mundo, donde prima una imagen o un número, es decir, un estatus. En función del número de propiedades, capital, familia o color, pertenecerás a una clase u otra. Recuerdo cuando mi madre me contaba cómo, cuando no había dinero en las casas, las familias por Navidad aporreaban la tabla de la cocina haciendo entender que había turrón del duro de postre. Los años de la posguerra se hicieron extremadamente largos y por naturaleza, parece que el ser humano tiende a actuar en ciertos momentos por mantener una dignidad mínima como humano. Ahora el ser humano no tiende sino pretende. Actualmente no es más rico el que más 
tiene sino el que más aparenta. Cuantos más amigos en Facebook más popular pareces ser. Cuantos más seguidores en Instagram más interesante te hace ser y en Twitter, qué decir de Twitter. Parecerás todo un erudito cuantos más fans contemplen tus breves reflexiones.  


Hay cosas que nunca voy a (querer) entender. Ahora mismo me siento minúsculo e insignificante sentado en mi butaca sabiendo que está muriendo gente cada segundo que pasa sin que yo pueda hacer nada y sin que, en muchos casos, sea justo. Gente que podía haber conocido en cualquier momento de mi vida y que por desgracia está en el lugar equivocado en el momento menos indicado porque otra gente se cree con el derecho de decidir sobre quién muere en este mundo y quién no. Mientras tanto aquí no pasa nada, aquí la gente sabe lo que está sucediendo a través de la pantalla de su móvil deseando más palos para los catalanes, llorando a los muertos de países en guerras injustificables u opinando sobre la eterna locura de Kim Jong-un.

¿Nos estamos cargando poco a poco el rumbo natural de las cosas? ¿Cuánto más aguantará la naturaleza en soportar una continua agresión? Si no estamos perdiendo el juicio, que baje Dios, por favor, y lo vea.

 

 

 

 


 

 

 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 

1

Le temps

Llevaba ya un tiempo pensando en el significado de la existencia y nuestra evolución en el tiempo y probablemente el día que cumplí los treinta fue aquel en el que me di cuenta de que no quería darme cuenta. Hablando con mis padres, con algún profesor de la universidad, con mi hermana mayor, con la panadera de mi barrio o una mera conversación trivial con cualquier conocido que hace años no veía terminaba desembocando en un «Para cuando te des cuenta tendrás cuarenta años y te verás cambiando pañales».


Fueron muchas las noches estrelladas que han pasado por mis retinas, con amigos, con chicas, con más chicas y conmigo mismo. Ése es el momento en el que se siente algo, no sabes exactamente qué, como cuando consigues atravesar un manto de nubes y te ves volando sobre algodón de camino a un nuevo continente por descubrir y entonces empiezas a pensar, a pensar en tus días, en tu pasado, en personas, experiencias. Me paro a pensar en el ahora y en lo que me ha llevado hasta ese momento y es curioso cómo de alguna manera muchos de mis días pasaban a ser un día más, un día en el que patinar de camino al trabajo, cepillarse los dientes o atarse los cordones de las zapatillas se convertía en un hecho al uso, un automatismo más.


Con ocho años los días eran más largos, pensaba. En realidad eran igual de largos que ahora, la diferencia radica en los sentimientos y emociones que uno crea y que permanecen en la memoria. ¿Por qué recuerdo como si fuera ayer el día en el que me compraron mi primer monopatín? ¿El primer beso? ¿El primer accidente de moto?
Recuerdo llevando a mi primera novia en el manillar de la bicicleta de camino al espigón para, después de dos meses impaciente por ese beso tan esperado, poder mimetizarme con aquellas oscuras rocas y sentir algo nuevo, algo que nunca antes había experimentado. Recuerdo ahora aquella roca y echo la mirada atrás mientras veo por la ventana de casa el Delorean aparcado siempre preparado para sumergirte en el pasado.


Me pregunto por qué el tiempo pasa cada vez más deprisa. Miro a mi alrededor y veo que mucha gente pasa horas en sus respectivos trabajos convirtiendo sus días en otro día más donde todo se repite. Y mi cuestión es: ¿Cómo es posible que el tiempo pase cada vez más deprisa si los días se pueden llegar a hacer eternos en la oficina? Es algo contradictorio que me hace reflexionar especialmente porque no he logrado descifrar el significado del tiempo.


Según decía Heráclito “Al mismo río entras, pues eres y no eres”, con lo que dejaba bien clara su visión del constante cambio en la naturaleza y la consiguiente existencia de lo opuesto. Pienso entonces que lo opuesto a la rutina, es decir, el no requerimiento de reflexión o decisión en nuestro día a día es entonces la capacidad de dicha reflexión o decisión, que bajo mi humilde punto de vista está motorizada de alguna manera por las emociones o sentimientos. El único inconveniente es que después vino Parménides de Elea comentando que había una serie de paradojas en las doctrinas de Heráclito, y a decir verdad, estaba un poco pirado pero en parte tenía razón. Después vinieron sus discípulos y empezaron a rizar el rizo así que yo he sacado mis propias conclusiones de momento, ya seguiré desarrollando los conceptos de tiempo/existencia/espacio más adelante.


Entremezclando conceptos y partiendo de las teorías de Parménides donde comenta que el ser con el tiempo se convierte en otro ser porque estamos en continua evolución/cambio, ¿Cómo es posible que algo que deja de ser debido al cambio, se convierta en otro ser? Pues bien, el ser como tal, según el amigo Parménides permanecería siempre estático, siempre eterno sin cambio alguno, mientras que lo que nosotros percibimos es el no ser, el continuo cambio que nunca llega a convertirse en ser, por ello que nunca llegaríamos a tener un conocimiento o idea fija sobre las cosas sino que nuestra lógica sería la única que nos permitiría ver cómo evolucionan las cosas, en qué se podrían convertir y en qué no. De ahí que si pienso, existo. Luego vino Descartes dos mil años después convirtiéndose en el padre de la filosofía moderna, normal que le acusaran de plagios varios.


En resumidas cuentas, lo que saco de todo esto es que cuando eres pequeño no tienes un concepto del tiempo, no pagas por él y todas son primeras experiencias y aprendizaje, pensamos en ello y analizamos cómo evolucionar.

Creo entonces que la única manera de disfrutar del tiempo como lo hacíamos cuando éramos pequeños y que parece que ahora nos cuesta más, es, simplemente, aprovechando todos y cada uno de nuestros días, con los conocimientos que actualmente tenemos. Pensando y emocionando, sintiendo y reflexionando como el primer día. Probando cosas nuevas, experimentando lugares nuevos, vamos, lo que nos hace sentir vivos y lo que algún día, entre sábanas y los nuestros, nos llevaremos con nosotros para no volver.

 

 

 

 


 

 

 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 

Pentax 67

0

Janvier 4

Fue a mis veintidós cuando me di cuenta que no quería vivir la vida de mis padres. En realidad ellos no son diferentes al resto, es más, podría compararlos con muchos otros que decidieron, por circunstancias de la vida, seguir el patrón estándar de lo que por aquel entonces se llamaba vida.


Era Marzo del 2009 cuando tuve mi primera oportunidad de irme a Portugal unos días de vacaciones. Jamás había montado en avión y aquella fue mi primera experiencia. Allí me quedé en un surfcamp, desayunaba tortitas con Nutella y fruta todas las mañanas y surfeaba lo inimaginable. Os preguntaréis – ¿Qué más se puede pedir? Yo me hice esa misma pregunta y encontré una respuesta: . Ganarte la vida con ello.


Se acercaba el verano y aquel año cursaba la carrera de ingeniería por la mañana y el curso de fotografía por la tarde. Llegué a estar bastante agobiado porque solía trabajar de dependiente los fines de semana y era escaso el tiempo que me quedaba para disfrutar. Sería un hombre de provecho a día de hoy si hubiera seguido esa dinámica, vamos, un tipo ocupado con un futuro prometedor fuera de España, lo que hoy se conoce como joven emigrante poliglota.


Una cosa llevó a la otra y en Junio de 2009 me ofrecieron irme a Portugal. Sí, efectivamente, sería yo el que se ocuparía de hacer aquellos deliciosos desayunos en las dos siguientes semanas puesto que Peggy, la chica encargada de ello, se iba ese tiempo a ver a su pareja al Reino Unido.
Me levantaba a las siete de la mañana para dejar todo preparado a eso de las nueve, cuando entonces escuchaba a los campers en bañador bajar de sus habitaciones para desayunar. Se respiraba paz, la gente daba los buenos días y cuando veían la mesa preparada, murmuraban entre ellos y sonreían. Me encantaba pasar dos horas cocinando de buena mañana, no me pagaban pero me dejaban a cambio utilizar las tablas de surf, me ofrecían alojamiento y las dietas las tenía incluidas. No tenía ningún gasto salvo las cervezas que tomaba todas las noches con Graeme, un colega australiano que además de enseñarme inglés, me enseñó a ver la vida con otros ojos.
Pasadas las dos semanas y con Peggy de vuelta al trabajo, aproveché para comentarle al encargado del surfcamp que me dedicaba a la fotografía, lo bueno que era y el próspero negocio que veía vendiendo CD’s personalizados a los campers. Tardó poco en pensárselo, llegamos a un acuerdo y esa misma tarde me puse a disparar.


Ya de vuelta en España y con mil historias nuevas que contar, mil personas conocidas más y con ninguna gana de seguir el estilo de vida que llevaba anteriormente, me senté y comencé a priorizar y analizar opciones. Descarté lo que no me aportaba algo en la vida, como la ingeniería, continué con aquello que me hacía sentir bien, y sobre todo, me tomé el tiempo necesario para disfrutar y pensar en mis pasiones. Por ello que fue en aquel 2010 cuando decidí dejar la carrera, terminar mi segundo año de fotografía y encontrar una fuente de ingresos que me permitiera viajar después del verano.


Allá por Abril del mismo año tuve la suerte de conocer a Jesús, dueño de un bar frente a la casa de mis padres. Me comentó que se acercaba la temporada de verano y que necesitaría gente para trabajar. La verdad es que aquel trabajo me cayó como del cielo, tanto es así que continué los siguientes dos veranos, donde trabajaba seis meses al año y viajaba los otros seis.


Mi trabajo consistía básicamente en poner unos cuantos vinos y cervezas a eso de las ocho de la tarde, mi hora de entrada. Al rato me metía en la cocina donde preparaba un refrito para el pescado a la plancha que cocinaría durante todo el horario de cenas, pelaría patatas y dejaría a punto el pescado y demás guarniciones. Recuerdo a Pau y Eider metiendo comandas, también a Jesús echándome un cable cuando la cosa se ponía fea. Me encantaba, y me encantaba saber que después de cerrar el bar me prepararía un rape a la plancha con patatas y una jugosa ensalada de tomate.
Dos de la mañana y nadie pasaba por el puerto deportivo salvo algún nigeriano en bicicleta que iba a descargar pescado al puerto antiguo. En las noches de viento se escuchaba el crujido de la madera de los pantalanes y el golpe metálico de los cabos contra los mástiles. No tenía prisa, la noche era joven y tenía todo el día por delante para surfear. Tanto es así que en muchas ocasiones, Pau y yo poníamos rumbo a la costa francesa para amanecer así a pie de playa.
Dormíamos en la parte de arriba de la furgoneta y abríamos los laterales para asegurarnos de que la brisa mañanera nos despertaba. Con frecuencia nos quedábamos dormidos porque en muchas ocasiones la marea no cuadraba bien. Ya cuando amanecíamos buscábamos en el armario algo de horchata, leche y cereales y con suerte encontrábamos una de las tres.


Christal Fighters, Dawes, The drums o Cut Copy eran algunos de nuestros más fieles compañeros de viaje. Nos deleitaban mientras desayunábamos, comíamos o cenábamos, mientras nos poníamos los trajes, mientras encerábamos las tablas o patinábamos en los parkings. Ahora son, junto con Offspring o Sum41 parte de nuestra historia.


El otro día nos preguntábamos un amigo y yo qué será de nosotros en un futuro. Sólo sé que lo que realmente se ha grabado en mi cabeza a fuego han sido los últimos años, y pensaréis que acabo de escribir una obviedad. En realidad recuerdo con exactitud todo lo transcurrido desde el 2009 hasta hoy. Recuerdo a todo el mundo que ha pasado por mi vida así como todos los lugares en los que he estado porque la vida no trata de comer canelones rellenos de carne todos los días por mucho que nos gusten ya que, tarde o temprano, los aborreceremos. Eso sí, hay gente que ante la duda, siempre preferirá comer canelones rellenos de carne antes que probar cosas nuevas porque lo seguro siempre funciona.


Tal día como hoy, un 4 de Enero, amanecí siendo el hombre más feliz de la tierra. Hoy me encuentro en un tren de un país a otro sin rumbo fijo sabiendo que en un futuro me acordaré también del día de hoy y que pase lo que pase probaré todos los platos nuevos que me ofrezcan. Me gusten o no.

 

 

 

 


 

 

 


 


 


 


 


 


 

1

Tous les chemins mènent à Rome

Y pensé en algún momento -¿Quién me mandaría comprar una bici? Si con lo que me he gastado en el dichoso velocípedo haría correr el ron por mis venas durantes dos semanas en uno de esos hoteles preparados para cualquier invasión turista, allá, por la zona caribeña.


He de decir que cada vez se ve más gente viajando en bicicleta. Recuerdo cuando en clase nos enseñaron la regla de tres. Bajo mi punto de vista ésta es una de las pocas cosas útiles de las matemáticas que soy capaz de aplicar en mi día a día. Juro haber intentado sacarle jugo a las integrales después de tantos años de carrera, pero nada, lo máximo a lo que aspiro es a intentar acercarme todo lo posible al total de la compra del super antes de pagarla.


Sin desviarme demasiado del tema y volviendo a la regla de tres, me gustaría esbozaros mis últimas conclusiones:

 

 

Bleuete - Tccr 2015 fotografía
 


El humano, por defecto, tiende a adoptar una actitud egocéntrica especialmente con aquellos otros humanos que no conoce. Tendemos, entre otras cosas, a juzgar sin conocer, a hablar sin escuchar, a actuar sin pensar y en el caso de los hombres, también, a mantener sexo bajo cualquier circustancia pero ahora esto no es relevante. Suponiendo que todo el mundo ha entendido las reglas de tres como directamente proporcionales, llegamos a la conclusión de que, al menos en España, el respeto al prógimo varía en función del entorno, de una pirámide estratificada que clasifica a la gente en niveles de respeto en consonancia al afecto que se tenga. Más abajo en la pirámide, mayor es el porcentaje de gente conocida en nuestro entorno, lo que minimiza la distancia de seguridad en la mayoría de las ocasiones. A más entornos sociales mayor probabilidad de no se respete un carajo, al fin y al cabo, ¿Cuál es la probabilidad de que te adelante tu padre o un compañero de trabajo en, pongamos por ejemplo, 10 salidas?


Todos queremos nuestra copa de vino acompañada de una tapita de queso lo antes posible, pero hasta que no trabajamos como camareros no somos conscientes de que hay más gente que piensa igual que nosotros, culpando a dicho camarero por su deficiente servicio. A todos nos gusta lo bueno y barato pero tampoco nos damos cuenta del trabajo que conlleva crear un vídeo, una fotografía, una pintura o escultura. Detrás de todo ello hay muchas horas de trabajo y muchos gastos generados pero la gente solo valora de acuerdo a sus conocimientos y como ya es de saber que en este país, como en muchos otros, hasta que no se tiene un familiar artista no se sabe lo que cuesta hacer las cosas pues se tiende a juzgar e infravalorar lo de los demás con una facilidad pasmosa.


Lo mismo pasa con el ciclismo. Ya son muchos los años concienciando al conductor de mantener la distancia de seguridad. Yo no estaría aquí escribiéndo si aquel conductor que, desde Aix-en-Provence camino a Antibes adelantándonos a cien kilómetros por hora pasando a escasos diez centímetros de nuestras bicicletas, hubiera mirado la pantalla de su teléfono un solo segundo, hubiera mirado por el retrovisor o hubiera simplemente bostezado.


Pensar que en un abrir y cerrar de ojos de una vida que ni siquiera es la tuya y de la que no tienes control alguno se pueda arruinar una existencia privándola de volver a montar en bicicleta en el mejor de los casos, o inclusive, de no volver a vivir la única vida que tenemos, es fráncamente triste. Es triste porque por naturaleza nacemos así y la sociedad no ayuda demasiado pero es más triste aún, que teniéndo la opción de trabajar el respeto, no se inculque desde temprana edad.


Estas son reflexiones que vienen a la cabeza después de dos mil kilómetros sobre una bicicleta. No todo es bonito en un viaje y cada vez acostumbramos más a buscar lo ideal, lo que la gente quiere ver y lo que en muchas ocasiones, no es 100% real. Ya que la realidad objetiva como tal no existe, yo os daré una de cal y otra de arena y como soy un tipo de playa, me quedo con la de arena, que es mi realidad, la positiva, la que toda esta gente nos ha brindado en el viaje, la de verdad.

 

 

 

 


 

 

 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 

0

Le lac de la vérité

 

 

 

“Soy un hijoputa, pero hijoputa hijoputa”. Así es como anoche Miguel Lago dio comienzo a su interpretación en el teatro Talia. Probablemente todos hayamos visto infinidad de monólogos en la red, desde los famosos americanos de Goyo Giménez hasta las exnovias del guapo de David. Todos ellos sostienen un objetivo en común: entretener al espectador con reflexiones y emociones expresadas en voz alta, pero no todos lo hacen con esa templanza y saber estar.
El espectáculo se hacía llamar “Soy un miserable” siendo anteriormente conocido como “Soy un hijoputa”. Mi pregunta es: ¿Fue Miguel o fueron los mismos espectadores quienes pusieron título a la obra? En cualquier caso, todo se resume a lo siguiente y es que ¿Por qué cuesta tanto decir una verdad impepinable? Los viejos porque son viejos, los niños porque son niños y las putas porque ellas lo han elegido así.
Lo mismo pasa con los vídeos de boda. Sí, esos en los que se ven más miradas cómplices, besos y abrazos juntos que en 8 años de relación joder. No habéis montado en bicicleta con alguien en el manillar desde el 95 ni habéis comido un helado de 5 bolas en la vida ¿Por qué dejáis que un tipo al que estáis pagando por ello os grabe pensando “Cómo pesa esta condenada” o “En realidad me gusta más el Calipo”? Todo esto se refleja en el resultado final, una mezcla entre El paciente inglés y Atrapado en el tiempo.
Quisiera romper una lanza a favor de todos/as aquellos/as que se inventan palabras y pecan de antisuperficialidad: Las cosas se cuentan tal y como son y el color rosa es una mierda como un castillo.


Recomendable Miguel Lago para todos aquellos que quieran pasar una noche divertida, y sobre todo, sincera.

0